Do No Harm


Soledades. Eso es lo que somos en definitiva. Un compendio de experiencias, reales o potenciales, que aspiran -y conspiran- para interactuar a pesar de la carga de sus egos. Tan misterioso como diseccionar el cerebro en busca de un alma, una consciencia que nos justifique el porqué somos lo que somos. Lo que pensamos, lo que callamos, las miradas torvas y las culpas tardías, las caricias imaginarias que erizan la piel al límite del roce, los deseos desbocados tamizados por Eros, los reproches sinsentido, las uñas mordisqueadas en vanas esperas eternas como lo que no existe, el pensar distinto y sentirse igual. Brotes de Angustia. Urticarias de Felicidad. Gripes de Amor. Pataletas de Bronca. Revanchas frente a espejos deformados que nos anclan a lo que fue como sentencia de lo que será, irremediable. Cansinas excusas repetidas como mantras para saturar ese vacío que asoma cuando ojeamos al borde del abismo la caída libre de nuestros presentes.

Cruces. No las que cada cual arrastra con estilo propio, por costumbre o satisfacción victimizante, sino intercambios que atraviesan aleatoriamente los instantes que decidimos vivir al margen de respirar por necesidad. Hacernos carne desde la intelectualización: somos idear constante y sonante, pero también sangre y huesos, dolor y fracaso, esperanza latente que ocultamos en ese otro rincón de nuestra mente, llamado corazón. Como una tómbola naif en la que el principal premio sea algo más que, ante todo, no hacer daño. 

Eze Iraizoz

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