A.F. en París: Nostalgias de Marzo
Las formas se seguían
mezclando aleatoriamente a escasos centímetros de su rostro meditabundo. A
pesar de ese aire ido, constante en las últimas semanas, su mirada mantenía la
agudeza de un bisturí manipulado con el arte de un excelso cirujano. ¿Aún se
conservaba caliente la taza entre sus manos apenas rugosas, salpicadas por
pequeñas constelaciones de manchas propias de la edad; pero qué edad era la
suya?
Junto a las extrañas
figuras que el vapor de su darjeeling delineaba por instantes, traslucidas, etéreas,
los vidrios esmerilados del acceso principal a la distinguida confitería donde
aguardaba a su interlocutor dejaban atravesar la tenue luz solar de una de las
tantas tardes otoñales en la capital gala. La humedad era casi inexistente,
tanto como las chances de que el individuo -un dato que le había llegado de
labios de su "colega" M. Martin desde "el sur del sur",
como gustaba recordarle socarronamente cuando lo telefoneaba- apareciese en el
punto de encuentro.
Pese al frío viento que
parecía no alcanzar su cenit desde hacía días, a esas horas la concurrencia en
el salón era suficiente para pasar desapercibido entre las mesas esparcidas a
lo largo del local: mujeres de avanzada edad agrupadas para intercambiar
nimiedades de jubiladas encabezaban la lista, que se completaba con algunos
ejecutivos de las oficinas cercanas que tras horas de finanzas o negocios
recurrían a una copa de pastís y a la lectura superficial del suplemento
deportivo en la prensa vespertina; en menor medida, alguna señorita joven (y
bella) esperaba a su enamorado. O así lo parecía.
Consultó la muñeca de la
camarera que pasaba a su diestra, con una bandeja repleta de platos y copas
vacías, lo que le daba un ritmo malabarístico a su andar; habían transcurrido
veinticinco minutos desde que él ingresó, miró de soslayo las mesas que daban a
la vidriera principal, se ubicó en el extremo más alejado y tranquilo, pidió el
té que ya estaba más que tibio y con sumo recelo abrió el libro en la hoja que
le había indicado su contacto.
Eze I.
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