Acuentagotas


Casi sin pensarlo se repite al instante de enfrentarse al azulejo carcomido o al mosaico reluciente -público o particular- de turno y ocasión: hay algunos rituales que a cierta altura del partido están enraizados a tal punto que lo adquirido trocó hábito con lo genético. Es así, no hay con qué darle.
                                             
Cualquier varón que se precie (no por su sexualidad sino por genitalidad portadora) inicia mecánicamente, sin prisa pero sin pausa, un reencuentro con la bestia salvaje e indómita que siglos de civilización han apaciguado mas no erradicado y cuyos exiguos resultados educativos son dudosos en su beneficio.  Para muestra un botón, dice el refranero popular. “Lo dice la gente”, afirmaría Mirtha.
                                                             
Primer consigna: pararse frente al adminículo receptor de los fluidos retenidos para luego, de manera cuasi simultánea que evite contratiempos en forma de lamparones amorfos, proceder con el desprendimiento del ropaje inferior al ecuador umbilical. Preferentemente sin dejar caer los mismos hasta una altura inferior a los muslos medios.
                                                 
Luego, las variantes se amplían dependiendo de otros factores aleatorios con mayor o menor incidencia en el transcurso y desenlace del menester en cuestión, pero para las cuales el instinto -teñido por la corrección post-contemporánea- ejerce un bálsamo liberador.
                                           
Compartir fila en el mingitorio puede convertirse en una experiencia incómoda si las hay para un alma inhibida. Momento infinitesimal en el que los conductos urinarios se contraen y a manera de repliegue táctico defensivo se niega la extasiante sensación expulsora. Cabe aclarar que de estar comenzada la faena el acercamiento de otro individuo a ese profano santuario “para las rotativas”, cual primicia escandalosa; el tanque a medio vaciar, difícil retomar entre ardores repentinos y esforzadas piruetas prostáticas.
                                                 
Así y todo, lo más cultural no deja de ser la postura de macho cabrío que opta por fijar la vista en un punto imaginario de ese estrecho horizonte a centímetros de sus narices. Observar detenidamente el punto más directo y cercano en la pared que se enfrenta, compartiendo estancia en un baño público y flanqueado por desconocidos, es un signo de los tiempos.
¿Dará temor bajar la mirada y descubrir atónitos que los ocasionales oponentes han sido más beneficiados longitudinalmente por natura?¿ Será ese respeto puritano por la privacidad de las partes pudendas del otro -en vivo y en directo- en contraposición a ese voyerismo virtual al que se accede con entusiasta morbosidad en lo cotidiano? O, quizás, a un paso en falso; a que la represión no castigue ni contenga lo suficiente, que los fantasmas traspasen el umbral y acosen esa inocua calma chicha rutinaria.
                                  
Para finalizar: subir el cierre de la cremallera o abrochar los botones de la bragueta o elevar elástico hasta la cintura, salir del cuadrilátero y de formación.
                                             
Pd: a gusto del consumidor queda presionar el botón de descarga y enjuagarse las manos con agua y jabón. 


         Ezequiel I.

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