El observador fiel

       
La pulsión de escribir se ha hecho presente una vez más, no tanto como oficio, sino ante la necesidad de relatar, a mi forma y modo, esos pedazos de realidad que van enhebrandose uno tras otro. Y que en más de una ocasión terminan por sorprender –o comienzan a hacerlo- y desestabilizan esa estructura perceptiva que es la rutina. El sabor de lo cotidiano, con sus prisas mediáticas y su inefable espectacularidad condenada a lo efímero (motor que le permite retroalimentarse y prolongar su ciclo) nos trajo esta semana un alerta que pretende, para algunos, revelar la trama mafiosa del negocio de las drogas y su mercado negro; una tríada de muertes, de “creciente” inseguridad y vínculos non santos entre empresarios, carteles y políticos de turno. En medio de tanta explosión de sinceridad el control remoto modifica la perspectiva. 
Basada en la novela de John Le Carré, la película “El jardinero fiel” recrea insidiosa los intereses monstruosos de una sociedad anónima nefasta: compañías farmaceuticas que con el aval de poderosos gobiernos –y la mirada distraída de las autoridades locales- experimentan nuevos medicamentos sobre pobladores africanos, sin mayor esperanza estos que lograr comer cada día. De más está aclarar que los controles sanitarios que esas mismas empresas deber cumplir en sus repectivas naciones del Primer Mundo no tienen validez en regiones donde la vida humana es una mercancía al servicio de una economía de mercado más productiva y, por lo general, occidental y civilizada. Aunque este último concepto no me queda del todo claro… 

Nuevamente en este país. Dicotomías calmadas. A pesar de que ocurra de manera transitoria y aparente, el campo continúa erguido en su postura caudillista, más cercana al modelo terrateniente de fines del siglo XIX que a una apuesta de renovación y empleo digno; por otro lado, desde Balcarce 50, un batallón de medidas tendientes a paliar la crísis que aún no admiten y recuperar una imagen de prosperidad y estabilidad socio-económica que calme las aguas, mientras las transacciones privadas se confunden con las públicas. Un poco más allá (tan lejos, tan cerca) la oposición: desde la interna –siempre me pregunto cómo hacen los gobernantes para cumplir compromisos, agenda, preocupaciones y demás menesteres inherentes a la función y hacer huecos para correr maratones- hasta esa melange donde conviven en una plaza contra las retenciones Macri, Carrió y Castells junto al MAS y grupos de pseudo izquierda. 
A pesar de mi ateismo imploro que, de existir otra vida, aquellos que apostaron y murieron por un ideal de justicia, equidad y respeto e intentaron practicarlo no tengan el desagradable don de husmear en este presente un tanto distinto a sus sueños… Mientras los científicos debaten sobre la partícula “original”, la “teoría de las hebras” y el “campo unificado”, coincido con el tío Albert Einstein en eso de que “la realidad es una ilusión, aunque una muy persistente”. Y el tiempo, como componente principal de la misma nos juega sensaciones, a veces, ambiguas. “Parece mentira que ya estamos terminando el año”, se empieza a repetir por aquí y allá, con esa mezcla típicamente criolla de exageración, descontento o ansias por ir un paso adelante, de llegar con la cabeza a lo que sigue. 
Algunos fantasean con sus próximas vacaciones, otros hacen cálculos por sus aguinaldos, mientras muchos otros planean como evitar las cenas de Navidad o Año Nuevo alrededor de parientes indeseables. En mi caso, a la vez que me asomo a la ventana para confirmarlo, se me ocurre hacer una inmediata retrospectiva; si mal no recuerdo hasta hace no demasiado se escuchaban cacerolas, bocinas y un sinnúmero de onomatopeyas en visible emulación (o debería escribir “simulación”) a los hechos de diciembre de 2001. 
El contexto en está última oportunidad fue bien distinto, de eso no caben dudas. Lo que si me las genera es no continuar escuchando esos sonidos de protesta ante una sucesión de atrocidades que permanecen vigentes, pero sin la dicha de estar sujetas a retenciones, los que las libera de la indignación masificada y las crónicas multimedia. 

O será que en Argentina ya no existen miles de personas, gran parte niños, que mueren de hambre, que sobreviven en condiciones sanitarias, alimentarias y ocupacionales patéticas, que los hospitales de muchas poblaciones están saturados y desprovistos de los insumos básicos? O quizás tampoco hayan más casos de tráfico de personas, de órganos para transplantes clandestinos, de jubilaciones de privilegio, de analfabétismo, de condiciones carcelarias infrahumanas, mientras ciertos jueces figuran en nuevas servilletas escritas por dirigentes agraciados y empresarios que, a esta altura, no deben evadir más imuestos? No, debo estar equivocado. Tonto de mi. Trabajadores del mundo, estad alegres: desde el mes próximo el salario mínimo será de 1200 pesos. El encanto de escribir o el difícil oficio de ser humano y no desencantarse en el intento.


Ezequiel I.

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