De cómo tras una semana intensa fantaseo con ser un gigoló de luxe.

                                                              
A veces las situaciones pueden sucederse sin más planificación que la misma sucesión de hechos que las componen, al margen de cualquier intento de destino. Cuando la rutina comienza a emanar esos típicos fluídos de descomposición cotidiana, nada mejor que la sorpresa golpeé a vuestra puerta; aunque para muchos -generalización de la que participo pero que frente a la multitud no retumba tan fuerte en mi cabeza- esa mágica incertidumbre de lo espontáneo generé picos de ansiedad non santos. 
Por momentos (estos en los que las anecdotas fluyen en la virtualidad tras hacerse carne horas o días antes en la existencia palpable) siento que soy una versión masculina de China Zorrilla... Eso sí, las diferencias son claramente abrumadoras: no nací en Uruguay, carezco de su talento en las tablas, tengo 50 años menos y -la parte que más me duele- me faltan los dos departamentos que tiene sobre la calle del mismo nombre que su país, en el arranque de Recoleta, casi esquina Arenales. 

Hablando de masculinidad, y a manera de apettizer literario, hace pocas noches vi una interview al tan vilipendeado y caido en desgracia Gaby Alvarez, en una especie de entrevista estilo road movie fashion, entre el glamour y el patético touch de alguién que fue y no sabe si volvera a ser. "Si ser coqueto y cuidarse es de metrosexual, entonces lo soy", se defendía con la delicadeza de una Nivea para piel sensible, a la vez que enseñaba a su interlocutor -ese muchacho Daniel, no era un periodista incisivo, audaz y comprometido?- un teléfono móvil rosado con brillantinas, recostado sobre un sillon, en plena noche rutilante, enfundado en su campera de cuero made in N.Y. tasada en la módica suma de quinientos dólares. Puesta la mira en su actual situación, Clemente cantaría: "Yo no soy Gaby Alvarez, ni lo quiero ser, ni lo quiero ser...". 

Tapas de los principales matutinos, recuadros en las secciones de salud, sociedad, ciencia y hasta en el suplemento mujer de la semana (feminismo pasado por agua, post pastilla, on globalización) el artículo sobre la crisis, o como demonios opten por publicar ese día, de los 30 en ladies y gentlemen es figurita repetida. Vaya uno a saber si por tanta insistencia mediática o quizás por la certeza biológica del cambio, las neuronas perciben que algo está por ocurrir. 
O, mejor dicho, pretenden que pase, más o menos deseperadas, con mayor o menor esperanza, a veces con una seguridad que no tiene pies ni cabeza, otras con el temor de haber perdido el último tren hacia esa felicidad tan pretendida. Convengamos que estar soltero al borde de las tres décadas -qué hay tras ese filo de la navaja me suena a abismo- es inquietante al menos. Sin considerar las presiones indirectas de una sociedad de consumo que, obviamente, interpreta a la pareja como un producto más de la lógica establecida por la oferta y la demanda. 

Por lo tanto la solteria sería similar a un exceso de oferta, ante una clara escasez de demandantes; momento entonces de rebajas o liquidaciones de final de temporada, o resiganción y frente alta para los que buscamos la excelencia, la calidad y la buena mesa, ante tanto fast-food sentimental. Esta semana que acaba de concluir caí en la cuenta de la trágica existencia de ciertas palabras en el sacrosanto diccionario de la Real Academia; una estocada directa, sin paradas intermedias o cortes de ruta, al corazón de quienes pretendemos dar el puntapié primero a un incipiente vínculo. 
O por qué aun no borran de cada manual, cuaderno, libro, mataburros o semejante testimonio escrito, visual o sonoro el tan temido como aterrador "pero". Paso a relatar lo que le sucedió a un amigo, ejem...: Conoce a una muchacha, de su misma edad, gustos coincidentes, atractiva, afable, simpática, bastante callada. Salen, beben, conversan, él la marea un tanto con verba de historias pasadas e ilusiones futuras, se despiden. Mi amigo (ejem...) no piensa que se vuelvan a encontrar, pero (la excepción que pone a prueba la regla) continúa la comunicación y a él se le ocurre una segunda cita; agua, cafe, cine, miradas perdidas, silencios más cortos, intenciones contenidas... pero, una vez más estas cuatro letras. Faltan cinco para el peso, como dirian los porteños de ley. Al día siguiente, conversa mediante, ella sincera su parecer: está todo muy bien... pero, falta ese "click", esa chispa que mi amigo -ejem...- percató ausente, como Magiclick vencido. Taza, taza, cada uno... "Dios proveerá", decía mi abuelo. 

Ay, siento como si estuviese escribiendo la página que Maruja Torres, la genial reportera española, tiene los domingos en la revista del diario El País; aunque ad honorem, sin su encantador estilo, con otra genitalidad en la expresión y, rotundo, desde el Tercer Mundo. No viene al caso, pero me considero más atractivo que ella. Punto para mi. Tres películas en una semana. Una finlandesa (peculiar) y dos comedias francesas -aunque flojas, el sólo escuchar su idioma las justifica-. 
La última, trata sobre una cazafortunas, que tras un equívoco en el bar de un hotel e-s-p-e-c-t-a-c-u-l-a-r confunde al camarero del mismo con un multimillonario, lo que genera un romance tan esporádico como interesado por parte de ella, en la piel de la encantadora Audrey Tautou, la chica de Amelie. El resto? El la sigue, ella lo rechaza y busca otro que le banque sus costosos caprichos, etc. La moraleja? Si la hay no me interesó, pero si me cautivó como el bartender, en una vuelta de tuercas, empieza a competir con la susodicha a la hora de conseguir los favores de ese otro que los mantenga: una viuda adinerada hasta el tuétano, madura y media, con hambre de compañía masculina joven, quien lo toma como objeto de deseo. 

"Chequera mata femme fatal", parafreseando a Winograd. Vida licenciosa, el mayor confort, tragos exquisitos, compras de etiqueta, noches de fiesta, Montecarlo, Niza, Biarritz... Mañana de domingo. No hay resaca de alcohol, sólo la austeridad de unas sobrias copas de tinto la velada anterior. Y el sabor dulce tras soñar que era ese camarero, una noche de verano, en la Costa Azul, cerca de Audrey, del lujo... y de la viuda. Es que detesto las moralejas.


Ezequiel I.

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