De cómo Bruni fue descubierta primero en Bs. As.

Mucho antes que los tabloides sensacionalistas de la Europa occidental -poquísimo después el resto- divulgaran el rumor del chisme del comentario acerca de un affaire, que a esta altura del partido parece más que formalizado, sobre un tal Sarkozy y una cual Bruni, en las cuasi antípodas del planeta, un amigo me acercaba uno de los grandes hallazgos de los útimos eones. De más está decir que -al margen de mi exageración en el párrafo anterior- del mismo modo que Cristobal Colón se llevó el mérito por descubrir un continente, dejando a la vera del olvido a los vikingos y demás presuntos primerizos en estos menesteres, mi... (el prefiere ser considerado tan sólo un compañero de trabajo), Juan quedará inmortalizado por quien esto escribe al entregarme la bella melodía de Carla Bruni, esta muchachita, que ya no lo es tanto, y que pasó al estrellato autóctono por convertirse en la potencial primera dama de Francia. Es que Juancito, con su providencial buen gusto y su contundente voluminosidad, logró que la italiana (que canta en francés, estudió en Suiza y Londres, y se volteó a media farándula del Viejo Mundo) me cautivará con ese encanto de su voz, y el hechizo de un idioma -el galo, obvio- tan románticamente embriagador. Pero no menos cierto es que el pobre de mi amigo/compañero estará relegado al desván de los anónimos, quizás por su reducido público o, tal vez, por esa incidiosa jugada del destino que lo hizo nacer en un país sudaca, lejos del glamour de la heredera del imperio Pirelli, de su charme y elegancia. Y, para colmo, en una ciudad húmeda, donde los mosquitos continuan con su voráz deglute de sangre roja, esa tan distinta a la azul de Sarkozy, Bruni y compañía.


Eze I.

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